4/5/08

Dijo una vez Oscar Wilde que todo amor pretende imitar un amor anterior que fue mayor. No es del todo incierto. También es verdad que en los albores de la angustia toda frase parece verdadera. No hacen falta dogmas, todo se cree. Quién sabe si, como decía alguien, toda vida es esperanza de encontrar a la persona amada en otra vida. Surgen inconvenientes cuando la otra persona ama a una tercera, es decir, el cielo es también el infierno.
Despedirse es un poco que la otra persona muera. A veces se transforma en homicidio, es decir, yo quiero despedirme del otro. Es Borges quien lo explica mejor, como es su costumbre Borges todo lo explica mejor. Es, el que sigue, un texto de El Hacedor (1960).



DELIA ELENA SAN MARCO

Nos despedimos en una de las esquinas del Once. Desde la otra vereda volví a mirar; usted se había dado vuelta y me dijo adiós con la mano.
Un río de vehículos y de gente corría entre nosotros; eran las cinco de una tarde cualquiera; cómo iba yo a saber que aquel río era el triste Aqueronte, el insuperable.
Ya no nos vimos y un año después usted había muerto. Y ahora yo busco esa memoria y la miro y pienso que era falsa y que detrás de la despedida trivial estaba la infinita separación.
Anoche no salí después de comer y releí, para comprender estas cosas, la última enseñanza que Platón pone en boca de su maestro. Leí que el alma puede huir cuando muere la carne.
Y ahora no sé si la verdad está en la aciaga interpretación ulterior o en la despedida inocente.
Porque si no mueren las almas, está muy bien que en sus despedidas no haya énfasis.
Decirse adiós es negar la separación, es decir: Hoy jugamos a separarnos pero nos veremos mañana. Los hombres inventaron el adiós porque se saben de algún modo inmortales, aunque se juzguen contingentes y efímeros.
Delia: alguna vez anudaremos ¿junto a qué río? este diálogo incierto y nos preguntaremos si alguna vez, en una ciudad que se perdía en una llanura, fuimos Borges y Delia.

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